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Étienne Dinet, el orientalista adorado en Argelia pero olvidado en Francia

A su vez, y muchas veces por las mismas personas, fue adorado y execrado, rechazado y reclamado, abandonado y buscado.

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Étienne Dinet, el orientalista adorado en Argelia pero olvidado en Francia

A su vez, y muchas veces por las mismas personas, fue adorado y execrado, rechazado y reclamado, abandonado y buscado. Vimos en él todas las bellezas del Magreb, pero también a un orientalista hiperkitsch. Étienne Dinet (1861-1929) pintó a los fellah y a las huríes de una Argelia entonces colonizada. Sin embargo, desde sus inicios, el FLN lo ha considerado -y todavía lo considera- como un campeón de la nación. De Argel a Tamanrasset, algunas de sus pinturas aparecen reproducidas en sellos postales. La oficina presidencial está decorada con uno. En cuanto al mercado internacional, lo descuidó durante mucho tiempo antes de revisar su opinión cuando los países del Golfo, a partir de los años 1980, impulsaron su calificación a alturas asombrosas. Hoy, por fin, algunas feministas coinciden con la opinión de los musulmanes más mojigatos cuando califican de voyeristas sus desnudos de jóvenes bereberes robándose un momento de relax entre sus tareas cotidianas.

Por todo ello, este artista, al que el Instituto del Mundo Árabe dedica por fin una exposición (¡la primera en París desde 1930!), resulta fascinante. Un objeto de reflexión ideal para aquellos - cada vez más numerosos - que ven el arte ante todo como una cuestión de recepción. Nacido en París en el seno de una familia burguesa, Dinet adquirió las técnicas clásicas del oficio en la Académie Julian. Sus maestros son el académico William Bouguereau y el igualmente oficial Tony Robert-Fleury. Aunque lo encontramos con el pincel entre los dientes en el autorretrato que cuelga en la introducción, nunca se asoció con los alborotadores de las vanguardias.

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Para él prima el dibujo y el realismo. Al menos aceptó el enfoque impresionista, que luego aceptó cada vez más. Por eso, al joven Dinet, además de trabajar en el taller, también le gusta plasmar el motivo en el exterior, ya sea en Isla de Francia o en Bretaña. Pero encontrará el verdadero aire libre una vez que haya cruzado el Mediterráneo, en este sur argelino de amaneceres y atardeceres rosados, luces brillantes, noches fosforescentes. Donde, además, como descubrió Delacroix antes que él, parece vivir en el corazón de una Antigüedad viva con estas gentes con chilabas sueltas como togas. Allí, particularmente en los pueblos de Ouled Naïl, la vida y la fe le parecen tan sencillas y sinceras como las del humilde pastor original, enteramente inspirado por su buen Dios.

En 1884, Dinet acompañó a un amigo entomólogo que emprendió una misión en busca de un escarabajo poco común. Las altas mesetas la someten hasta Bou Saâda, puerta del desierto a 250 km de Argel. El shock es tal que ahora dedicará su carrera a representar esta vida sahariana. Al principio alterna, de 1885 a 1904, veranos allí e inviernos en París, donde rápidamente se convierte en una de las figuras más activas del Salón de Pintores Orientalistas Franceses. Luego hizo suya esta civilización árabe-musulmana, instalándose definitivamente en Bou Saâda, convirtiéndose en 1913. Al final de su vida, el hombre que ya no se llamaba Nasreddine Dinet completó incluso la peregrinación a La Meca, convirtiéndose así en “hajj”. , un hombre piadoso, respetado entre sus pares.

Descansa en una koubba en Bou Saâda. A su alrededor se construyó un museo nacional en su nombre, con sus pinturas al óleo en las paredes, excepto desnudos. ¿Cuántas de sus gracias morenas y tatuadas duermen en reserva? Imposible saberlo, pero podrían ser muchos. “El corpus de Dinet estaría compuesto por entre 600 y 700 pinturas y, según Kudir Benchikou, autor del catálogo razonado publicado en 1984, habría al menos seis veces más dibujos y otras obras gráficas”, responde el curador Mario Choueiry. En general, este director de proyectos del IMA, que enseña historia del arte en la Sorbona de Abu Dabi y en la Escuela del Louvre, considera que Dinet es “más que un pintor”. “Es un enigma político, un francés cuya obra se ha convertido en una de las identidades visuales de la Argelia independiente y que escapa a la prueba de la mirada colonial”.

Es cierto que en 1912 el autor de El día después del Ramadán (Museo de Orsay) o del Grupo que observa la luna creciente (Museo de Angers) había luchado y conseguido que Bou-Saâda pasara de una administración militar a una Administración civil, menos autoritaria. Los carteles de la exposición recuerdan también que Dinet escribió y publicó una vida del profeta Mahoma, que ayudó a los reclutas argelinos durante la Gran Guerra, insistiendo en particular en el regreso de los heridos al país y en el respeto del ritual durante los funerales. En los cementerios de los que murieron por Francia, diseñó las lápidas. El cual, gracias a su esfuerzo, acabó sustituyendo a los cruces. Por último, Dinet está en el origen de la creación de la Villa Abd-el-Tif, antigua institución artística comparable a la Villa Medici, en Roma, y ​​que hoy es la sede de la Agencia Argelina de Influencia Cultural. Cabe señalar que, tras su muerte, la República Francesa lo celebró sin ocultar su conversión.

Es así como al final de este viaje unificador, aunque lleno de obras divisorias, sólo lamentamos haber visto sólo unos cincuenta óleos y una treintena de dibujos. Es poco. Pero la mayoría de las piezas se encuentran ubicadas muy lejos y sus dueños están mal identificados. De todos modos: la mitad de lo que se recoge procede de colecciones privadas.

Hasta el 9 de junio en el Instituto del Mundo Árabe (París 5). Tel.: 01 40 51 38 38. www.imarabe.org

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