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Nuestra reseña de Viaje al Polo Sur: Luc Jacquet, la fiebre antártica

Hay películas que tienen sabor a libro.

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Nuestra reseña de Viaje al Polo Sur: Luc Jacquet, la fiebre antártica

Hay películas que tienen sabor a libro. Donde las palabras son tan fuertes que podrían prescindir de las imágenes. Excepto que aquí acentúan su belleza. Viaje al Polo Sur, de Luc Jacquet, es un largometraje muy personal que el director cuenta con sus palabras y su voz y en el que se pone en escena. Exactamente treinta años después de pisar por primera vez la Antártida, el hombre que cosechó un inmenso éxito y ganó el Oscar al mejor documental en 2006 con La marcha del emperador regresa allí para intentar explicar su adicción al continente magnético.

En esta historia interior, no sitúa inmediatamente su cámara en el Polo Sur, sino que comparte con nosotros el largo camino que lleva hasta allí. Desde Tierra del Fuego y el Cabo de Hornos, demuestra que llegar a esta tierra hostil requiere de fuertes dosis de voluntad y mucho sacrificio. Paseando su silueta en el parque Torres del Paine, en Chile, aprovechó para advertir sobre los estragos del calentamiento global. Golpeados por los incendios, los troncos carbonizados, como fantasmas estatuarios, dan testimonio de esta dura realidad. Sin embargo, una poesía fascinante envuelve el conjunto.

¿Cómo no sentirse abrumado por los tres metros de envergadura del cóndor o el poder de los albatros? ¿Qué podemos decir frente a estos mares planos y lechosos cuya blancura se ve realzada por los degradados grises del fondo? ¿Qué hay más indescriptible que las extensiones blancas donde la mirada se pierde y donde los hitos no tienen nada en común con los de nuestra Tierra? ¿Cómo no dejarse seducir por el andar torpe de los pingüinos papúa, Adelia o emperador? Estos habitantes no tienen otra verdad que proclamar que su insolente capacidad de domar estos territorios donde el hombre permanece intermitente. De ahí la necesidad de aceptar lo que la naturaleza quiere darle.

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Desde el Cabo de Hornos se necesitan de cinco a seis días de navegación en el mar para llegar a la Antártida. La travesía no tiene nada que ver con un crucero soleado. Al ritmo de los huecos provocados por el mar embravecido, la vaga silueta de Luc Jacquet sube por la pantalla y vuelve a bajar. Sin embargo, el rompehielos a veces se topa con aquellos que son más fuertes que él. El cineasta aprovecha estas paradas obligadas para explorar el témpano, sabiendo que podría devorarlo. Luego se transforma en un pequeño punto negro en vastos espacios blancos. Una forma de estar presente sin desbordar de presencia. En infinitos donde la mente puede divagar, preguntarse, contemplar. “Frente a un gran espacio vacío, la creatividad se multiplica”, confiesa Luc Jacquet.

Ante tanta belleza, se podría haber minimizado el uso de desenfoques artísticos. Lo que sea. Lo principal está en la ensoñación a la que nos lleva el cineasta. Un billete de ida a sus emociones compuesto en blanco y negro artístico y a veces abstracto. Esta elección hace que la naturaleza respire y escuche su silencio. Luc Jacquet sigue sus deseos más que un escenario establecido. No hay erudición ni grandes discursos en esta hora y veinte minutos en terra incognita, sino las palabras de un hombre que logra compartir su pasión y sus pensamientos sobre la situación del planeta.

“Viaje al Polo Sur”. Documental de Luc Jacquet. Duración: 1 hora 22 minutos.

La Nota de Fígaro: 3,5/4.

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