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“El “no” en el referéndum de 2005 no es un accidente, sino la respuesta a un desencanto entre el pueblo y las élites”

Doctor en Derecho público y abogado, Ghislain Benhessa es también profesor en la Universidad de Estrasburgo.

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“El “no” en el referéndum de 2005 no es un accidente, sino la respuesta a un desencanto entre el pueblo y las élites”

Doctor en Derecho público y abogado, Ghislain Benhessa es también profesor en la Universidad de Estrasburgo. Acaba de publicar El referéndum imposible (L'Artilleur, 2023).

EL FÍGARO. - Dedicas un libro al referéndum. ¿Qué se puede decir de este tema que no se haya dicho?

Ghislain BENHESSA. - Básicamente, las ideas que circulan son reduccionistas. A menudo nos limitamos a decir que la derecha quiere más referendos, que es difícil organizarlos o que hay que tener cuidado con el tema que se pone sobre la mesa. Es la misma canción desde hace años: lamentamos no tenerla más, mientras tenemos cuidado de señalarla con los dedos. Este es también el estribillo que escuchamos hoy en el ámbito migratorio: Emmanuel Macron anunció un referéndum sobre la inmigración antes de dar marcha atrás, por falta de mayoría. En realidad, lo que destaco en mi libro es que el abandono de tal referéndum por parte del jefe de Estado es fruto de la corrupción de la Quinta República. Aparte de la época dorada del general De Gaulle, que consultó a los franceses no menos de cuatro veces en ocho años –dos veces sobre Argelia, una vez para imponer la elección del presidente por sufragio universal, una última vez para regionalizar y reformar el Senado–, casi ningún presidente lo quería. Giscard lo dejó de lado, Mitterrand “refirió” contra su voluntad a Maastricht, Chirac postergó antes de someter la Constitución europea al pueblo. Consulta que terminó con un “no” y la famosa bofetada de 2005. El referéndum, pieza central de nuestras instituciones, fue deliberadamente arrojado al olvido. Es mejor hacer las cosas sin consultar demasiado a los franceses, que podrían votar mal.

¿Cómo marcó el referéndum de 2005 una ruptura entre el pueblo y las elites?

El fracaso de la Constitución europea es un punto de inflexión. El 29 de mayo de 2005, cerca del 55% de los franceses rechazaron el texto apoyado por la mayoría de la clase política. Recordemos: derecha e izquierda hacían campaña por el "sí" cuando François Hollande y Nicolas Sarkozy, líder de la oposición y líder de la mayoría, posaron uno al lado del otro en la portada de Paris Match. En este famoso día, los franceses desautorizaron oficialmente a sus representantes. Pero este análisis pasa por alto parte de la ecuación, que revelo en mi libro: los franceses siempre han sospechado de Europa. En 1972, en el primer referéndum sobre el tema, el “sí” ganó por un amplio margen, pero la tasa de abstención se acercó al 40%. Es la primera vez. Pompidou también lo vio como un fracaso personal. En 1992, el Tratado de Maastricht fue ratificado por los franceses sólo por una mayoría muy estrecha: sólo 500.000 votos separaron el "sí" y el "no". En 2005, los franceses cruzaron esta vez el rubicund y adoptaron la opinión opuesta a la de los políticos y los medios de comunicación. Básicamente, la relativa confianza del principio ha dado paso al escepticismo, sustituido a su vez por la reprimenda. Por lo tanto, el “no” de 2005 no es un accidente: es la respuesta terminal a un desencanto que no ha hecho más que empeorar. Y que las elites lo han ocultado durante mucho tiempo.

Básicamente, ¿no podemos decir que el referéndum de 2005 materializó el sentimiento de desposesión de una parte de la población?

Sin duda. Cristalizó años de resentimiento, impases y cosas no dichas. En 1992, como en 2005, a los franceses se les volvió a decir: "Si ya os han consultado, no olvidéis votar bien". Pero no siguieron las instrucciones. Si las razones son múltiples, la principal me parece que es ésta: nada peor que “referenciar” planificando el resultado con antelación. Fingir hacer una pregunta a los franceses mientras les exige que marquen la casilla “correcta”. Sintieron que les estaban forzando la mano. Que ciertamente recopilamos sus opiniones, pero sólo por cuestiones de forma. Al final, reaccionaron rechazando enérgicamente el texto, ganando el “no” por más de dos millones y medio de votos. Al querer domar al pueblo, es decir al soberano, como exige el artículo 3 de nuestra Constitución, le hicimos encabritarse.

¿La lucha de los “chalecos amarillos” por el Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC) forma parte de esta lógica?

El RIC exigido por los “chalecos amarillos” es una respuesta al abandono del referéndum “clásico”. En 2008, creamos el referéndum de iniciativa compartida (RIP), esgrimido durante la crisis de las pensiones para bloquear la reforma deseada por Emmanuel Macron. Sin éxito. Sin embargo, la iniciativa RIP no pertenece al pueblo sino a los parlamentarios, del mismo modo que no puede socavar una ley de menos de un año. En última instancia, RIP es inútil y nunca ha funcionado. Por eso los “chalecos amarillos” sueñan con una herramienta que permita a los franceses abordar ellos mismos los problemas conflictivos. Sin esperar la buena voluntad de las elites, que muchas veces hablan de referendos sin que ninguno vea la luz. La RIC es la respuesta que viene desde abajo, es decir desde las rotondas.

Desde 2005, ningún presidente se ha atrevido a recurrir a un referéndum. ¿Cómo podemos explicar esta desgana?

Más que un escalofrío, hablaría de un abandono voluntario. En primer lugar, desde 2005, todo el mundo ha temido la respuesta del pueblo. El “no” dejó huella, al punto de hacer creer que sería mejor dejar el instrumento en el armario. Más profundamente, a partir de la década de 1970, ningún presidente quiso celebrar un “referéndum” sin verse obligado a hacerlo, de una forma u otra. Entonces hay que entender que el referéndum, antes reservado al Elíseo, ahora depende de la opinión del Consejo Constitucional y de las normas europeas. Es evidente que incluso si Emmanuel Macron hubiera seguido su enfoque hasta el final, una consulta sobre inmigración habría topado con los límites establecidos por los jueces, ellos mismos atrapados en la maraña de mandatos judiciales de Bruselas. Atrás quedaron los tiempos del General, que daba prioridad a la vox populi sobre el respeto meticuloso de las normas y del decoro político-legal.

Sin embargo, se llevaron a cabo referendos locales. ¿Están los franceses condenados a hablar a favor o en contra de los patinetes eléctricos?

El referéndum local cobró impulso cuando su “hermano mayor” nacional desapareció del radar. Como si la democracia directa estuviera condenada a utilizarse sólo a nivel de barrio. Resultado: nos “referimos” a aerogeneradores o patinetes eléctricos, más a la ciudad en su conjunto. Sin embargo, no olvidemos que, incluso allí, el voto popular acabó siendo burlado. La consulta de 2016 sobre el traslado del aeropuerto de Nantes al municipio de Notre-Dame-des-Landes terminó con un “sí” que no sirvió de nada, y el gobierno finalmente enterró el proyecto dos años después. Preferimos pasar por alto el resultado que salía de las urnas.

El referéndum es sólo el final de un proceso, en particular para votar una ley que habría sido discutida en el Parlamento. ¿Será por eso que un “referéndum sobre inmigración” favorecido por la derecha es ilusorio?

En realidad, si tal consulta me parece ilusoria es porque la derecha ha olvidado lo que trataba originalmente el referéndum. En 1962, cuando De Gaulle consultó a los franceses para saber si deseaban elegir a su presidente por sufragio universal directo, lo hizo porque tanto los políticos como los jueces se oponían violentamente a ello. El referéndum sirve para eludir al Parlamento apoyándose en el pueblo. Hoy, la derecha lucha por exigir que la cuestión migratoria sea “introducida” en la Constitución para someterla a los franceses. En definitiva, pide permiso para plantear la pregunta tabú. Al operar de esta manera, legitima la montaña de prohibiciones fabricadas durante treinta años, que paralizan el referéndum e impiden la expresión directa del pueblo. Lo que intento resaltar es que la derecha debería, en cambio, liberarse de las cadenas y exigir un retorno a la práctica gauliana. Lo que ofrecía al presidente el derecho de confiar en el pueblo, incluso en un tema inusual.

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