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“Detrás de las palabras de Sandrine Rousseau sobre Geneviève de Fontenay, el fin de toda conveniencia elemental”

Gran observador de la vida política francesa y columnista de FigaroVox, Maxime Tandonnet ha publicado en particular André Tardieu.

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“Detrás de las palabras de Sandrine Rousseau sobre Geneviève de Fontenay, el fin de toda conveniencia elemental”

Gran observador de la vida política francesa y columnista de FigaroVox, Maxime Tandonnet ha publicado en particular André Tardieu. Los incomprendidos (Perrin, 2019) y Georges Bidault: de la Resistencia a la Argelia francesa (Perrin, 2022).

En el letargo de este inicio de agosto, un incidente no pasó desapercibido. Pocas horas después de la muerte de la señora Geneviève de Fontenay, de 90 años, la diputada "verde", la señora Sandrine Rousseau, acusó en LCI a la expresidenta del comité de Miss Francia "de haber hecho retroceder la imagen y los derechos de la mujer al encarnar un concurso que “permitía juzgar a los cuerpos según criterios increíblemente restrictivos y sexistas”. Esta declaración contrastó con la letanía de homenajes del “star system” así como de la clase política en su conjunto.

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El diputado verde parece haber abierto un precedente. A primera vista, no hay ningún ejemplo reciente de una figura política que ataque, justo después de la muerte e incluso antes de que se lleve a cabo el funeral, a un hombre o una mujer desaparecidos. Dejó así de lado la tradición de la decencia, el respeto por los difuntos y el dolor de sus seres queridos, más allá de las diferencias o disputas pasadas. Esta salida es tanto más sorprendente cuanto que Madame de Fontenay, sin duda una figura mediática, no pertenecía al mundo político y no tenía motivos para suscitar odio por razones ideológicas. Atacar a una persona que precisamente ya no está para defenderse parece el colmo de la falta de elegancia. Esta afirmación puede analizarse en dos niveles.

La primera es la más trivial, la más obvia. La vida político-mediática está inmersa en una carrera por la provocación, por la frasecita, por la buena palabra que permita romper el muro de la indiferencia mediática y atraer la luz hacia uno mismo. Con palabras que contrastan con el consenso, Madame Rousseau logra que la gente hable de ella. No importa si la atención que se le presta es de carácter positivo o negativo. Ella logró su objetivo. Se habla de ella en las redes sociales, en los medios y en la prensa. El golpe valió la pena. Así se dio a conocer al público en general y entró en las "encuestas" de popularidad de personalidades conocidas por los franceses.

Ella obviamente no es la primera en aplicar este método que se impone como una figura impuesta de cualquier carrera política exitosa. La transgresión permite darse a conocer e imponerse en el panorama político-mediático. El presidente Emmanuel Macron, por ejemplo, forjó su estatura política entre 2014 y 2017 a través de exabruptos que le granjearon la atención (y la fascinación) de los medios, como el cuestionamiento de la semana de 35 horas o el estatus de la función pública, dos tabúes. súbditos en su partido en ese momento: el Partido Socialista. Madame Rousseau lleva el método aún más lejos al liberarse de una tradición: el respeto por el duelo. Ella deja de lado el "período de decencia". ¡Y le beneficia! En un contexto de crisis de confianza en el discurso político, de nada en el debate de ideas y de pérdida de credibilidad de proyectos y promesas, les resta a los líderes políticos nacionales, para distinguirse, recurrir a la polémica. En este juego, Madame Rousseau es orfebre.

El segundo nivel es más preocupante. ¿Qué cubre esta política de “borrón y cuenta nueva”, que consiste en barrer sin escrúpulos las más elementales convenciones y valores de respeto al prójimo –frente a la muerte–? Significa que nada detendrá a los partidarios de una ideología en su intención de implementarla, ningún estado de ánimo, ningún escrúpulo. Los ideólogos de la ecología han demostrado repetidamente su búsqueda de la virtud, o la purificación de las personas. Todo lo que les parece popular es a sus ojos sospechoso de impureza. Criticaron el árbol de Navidad, el Tour de Francia, hablaron de prohibir más de cuatro viajes en avión al año y casas individuales con jardines. Aprueban el saqueo de obras de arte en los museos. La propia Madame Rousseau condenó la barbacoa como machista. Ahora es la belleza del cuerpo femenino exhibido en la televisión lo que a sus ojos se torna sospechoso o inmoral. En definitiva, a través de mil anécdotas, muestran su verdadero rostro que consiste en querer imponer una sociedad puritana, virtuosa, de la que habrán sido desterrados los placeres sencillos de la vida cotidiana, los placeres populares. Su visión es de carácter totalitario, sin que tengan las bases intelectuales o históricas que les permitan ser conscientes de ello.

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Entonces, obviamente, el primer reflejo es no tomarlos en serio y decirse a sí mismos que se excluyen de cualquier posibilidad de acceder a responsabilidades por sus excesos. Esto es olvidar que tomaron el poder en varias ciudades francesas, incluidas Lyon y Burdeos, gracias a gigantescos índices de abstención. El desinterés de la mayoría silenciosa en las elecciones favorece siempre a los extremismos cuyo electorado es el más motivado. Por el contrario, deben tomarse en serio. El desinterés por los asuntos públicos y el abstencionismo de la gran mayoría, al favorecer tentaciones extremas y grupales, preparan situaciones de las que los franceses tendrán que arrepentirse algún día. “Un bien no necesariamente sigue a un mal, escribe Montaigne en los Ensayos, un mal aún peor puede sucederle”.

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