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“Con Bernard Pivot, Francia acaba de perder su último punk”

Ophélie Roque es profesora de francés en los suburbios de París.

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“Con Bernard Pivot, Francia acaba de perder su último punk”

Ophélie Roque es profesora de francés en los suburbios de París. Publicó Black Mesa (Robert Laffont, 2023), su primera novela.

Cuando me enteré del último vuelo de Bernard Pivot, también me vino a la mente su mala palabra favorita: “¡Maldita sea! ¡Ay carajo! ¡Ay carajo!”. Francia acababa de perder a su último punk.

¡Porque Bernard Pivot era un punk y un auténtico! No todo el mundo lleva creta y imperdibles. Ciertamente sólo lo conozco a fragmentos, migajas de presencia robadas aquí y allá por casualidad, pero por lo poco que sé, ¡qué hombre! Debajo de su chaqueta de tweed y su jersey de cuello alto, puedes sentir el punk burbujeante. El subversivo. Porque la cultura siempre se rebela: rasca, pica, supura... Si es demasiado suave o higienizado es porque se trata de un producto de gran consumo y ya es hora de acercarlo a un contenedor de basura.

Debemos, más que nunca, saber resistir la tentación de reducirlo a sus dictados y persistir en querer ver en él sólo la grandiosa multitud de programas silenciosos para intelectuales. ¿Al menos has vuelto a ver algunos de ellos? Recientemente, quiero decir. Tan pronto como se raspa ligeramente el terciopelo de las frases, nos encontramos cara a cara con la sociedad desnuda. Hasta la médula. No tenía miedo de invitar a sus sets a la literatura que gritaba desde la cuneta.

Por más que lo intento no logro verlo de otra manera. Qué quieres tú también, lo descubrí viendo un programa de “Bouillon de culture” donde recibió a Gabrielle Wittkop. ¡Es impensable imaginar una escena así hoy! Para los que aún no lo saben, recibir a Gabrielle significa charlar desde su sofá mientras le preguntan si, como Donatien Alphonse Marqués de Sade, ella también tiene una mazmorra instalada en un rincón de su casa. Y a diferencia de los programas de Cyril Hanouna, aquí apenas participamos en la broma. Ciertamente los tiempos no eran los mismos -el caso Matzneff lo demostrará sobradamente-, ¡pero aún así! Bernard sabía que la literatura no puede –ni debe– palidecer. ¡Desechad, anémicas bellas letras! Por eso ningún programa literario logra elevarse al nivel del modelo; ¡A fuerza de consenso, lentitud y dilación, todo se va al carajo!

Porque el universo cultural y literario de Pivot es todo menos consensual. Como esteta y erudito, es plenamente consciente de que el mero sonido del fraseo tiene su propia verdad. Habría sido el tipo de persona que recibiría a Céline y le preguntaría cómo había vivido el gato Bébert el viaje a Dinamarca. El caso es que Bernard no era tan limpio en sus amores literarios, pero la vida tampoco lo es tanto. Y en lugar de negarlo, dejó que se expresara. Rebelde, desafió la ignorancia. ¡Un punk, qué!

Punk cuando da la bienvenida a Charles Bukowski (quien obviamente se lo pasó bien esa noche).

Punk cuando le da la palabra a Marguerite Duras.

Punk cuando entrevista al sindicalista Lech Walesa.

Punk cuando fundó la revista Lire, ofreciendo así una alternativa a las revistas literarias ya consolidadas.

Punk nuevamente cuando rechaza la Legión de Honor.

Con él desaparece todo un sector de la cultura francesa. Dios salve a Pivot.

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