Un buque insignia de la gastronomía quebequense como la poutine, el jarabe de arce está zozobrando. El instituto nacional de Estadísticas de Canadá ha dado la voz de alarma. La producción de néctar de oro cayó un 40% en 2023. “En estos momentos, en nuestros principales mercados, la caída de las ventas es significativa. En Europa, la caída es del 25%. En Japón, es más del 25% y en Estados Unidos, entre el 15% y el 20%”, dijo al periódico La Terre de chez nous el director del Consejo de la Industria del Arce, Jean, Marc Lavoie.
Quebec es el principal exportador mundial de jarabe de arce y allí se produce el 75% del preciado líquido, que los quebequenses llaman oro rubio. La industria tiene 8.000 productores de arce (productores de jarabe), 12.600 puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo y aporta 1.100 millones de dólares al PIB canadiense cada año.
Los expertos citan el impacto del cambio climático para explicar el colapso. Otros señalan los altos precios del jarabe y la competencia de sustitutos más baratos para justificar el desencanto, así como un marketing obsoleto. El cliché de un caballo en un bosque de arces nevados ha perdurado. Este es un momento serio, porque el jarabe de arce es uno de los pilares de la cultura canadiense.
Cuenta una leyenda que en la antigüedad una ardilla mordió una rama de arce y empezó a beber el agua. Al ver al animal, un indio lo imitó. A lo largo de los siglos, los poderosos han adoptado el dulce líquido. Durante una visita a Ottawa, Barack Obama disfrutó de una cola de castor (dona) rociada con jarabe de arce. El New York Times describió una vez a Quebec como la “OPEP del jarabe de arce”.
