Entre Eurípides y Racine está Séneca. Fedra de este último es una pieza imprescindible entre el teatro griego y sus variantes modernas; es la versión latina. El estoico Séneca representó una Fedra más compleja que la de Eurípides y más culpable que la de Racine, quien encontró algunas excusas para ello, incluida la de una “herencia inhumana”. Teseo ama a Fedra (es recíproco), pero Fedra confiesa su amor ilegítimo por Hipólito a su enfermera y ella intenta en vano disuadirlo. A Fedra no le importa.
Al fin y al cabo, Teseo, padre de Hipólita, hijo de un primer matrimonio con una amazona, le es infiel y no ha ido a ninguna parte. ¿Un viaje a los muertos? Fedra sólo piensa en Hippolyte, su hijastro, quien la rechaza porque, por un lado, no le gustan las mujeres y, por otro, adora a su padre. Además lo que prefiere es la naturaleza, la caza, la libertad. Fedra se toma muy mal el hecho de ser rechazada por Hipólito y su venganza será terrible: le acusa de haber querido violarla. Teseo se entera de esto, maldice a su hijo y lo condena a una muerte horrible. Presa de remordimiento, Fedra revela la inocencia de Hippolyte y se suicida sobre su cadáver.
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Georges Lavaudant es un director sabio; no se pierde en el decoro. Su obra no data. En el escenario del Athénée nos muestra una Fedra sublime de Séneca. Un poco más de una hora, intensa, concentrada, sin pifias. Aquí está, Hippolyte interpretado por Maxime Taffanel; Se parece a este hermoso ejemplar sacado directamente de la Sala de las Cariátides del Louvre. Una verdadera estatua antigua. Un Praxíteles. Este efebo es también un excelente actor: su monodia lírica al principio nos pone en el ritmo de las cosas.
A lo lejos se oyen los ruidos del bosque. Son suficientes para representar mentalmente una atmósfera selvática. La historia de la pasión puede comenzar. Sobre un fondo de pantalla blanca, sombras chinas gigantes pasan, bailan o miran fijamente. Entonces estas astas de ciervo. Georges Lavaudant es un maestro de la iluminación. La luz es su trabajo. Sabe iluminar las habitaciones más oscuras.
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Aquí están Fedra (Astrid Bas) y el mensajero (Mathurin Voltz). La “heroína” está tumbada en una tumbona. Vestido con una túnica corta de raso blanco y el pelo recogido en un moño. La niñera, vestida de negro, está interpretada por Bénédicte Guilbert. Estas dos actrices son admirables, se hacen eco en el inevitable drama que está por venir. Saben jugar la tensión sin exagerar en la declamación. Aparece, con su largo manto oscuro, Teseo, emergiendo de quién sabe qué oscuridad.
Amenaza a la enfermera y declama su sentencia. Entonces aparecen en pantalla estas palabras del coro: “¡Oh Naturaleza, inmensa familia de dioses! Tú, guía ardiente del Olimpo, motor de las estrellas dispersas, te llevas las estrellas errantes, haces girar los polos. » Aurélien Recoing es Teseo. Su voz lenta y profunda de demiurgo crea efecto y susto. Y el puro Hippolyte que odia el poder y el dinero pagará por su falso intento de violación.
De esta obra recordaremos la frugal belleza de la puesta en escena y la excepcional agudeza de los actores, todo ello en su fuero interior. Gracias a la nueva traducción de Frédéric Boyer, esta Fedra, una de las historias más tristes de toda la mitología, se vuelve muy inteligible y nos dice una vez más que el teatro antiguo era efectivamente un arte popular.
Phèdre, en el Théâtre de l'Athénée (París 9), hasta el 22 de octubre. Semejante. : 01 53 05 19 19. www.athenee-theatre.com
