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"En una era de retraimiento, el tacto te permite exponerte a la aspereza del mundo"

Agrégé y doctor en filosofía, Jean-Philippe Pierron es profesor de filosofía.

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"En una era de retraimiento, el tacto te permite exponerte a la aspereza del mundo"

Agrégé y doctor en filosofía, Jean-Philippe Pierron es profesor de filosofía. Ex decano de la facultad de Lyon III y director de la escuela de doctorado, ahora es profesor en la Universidad de Borgoña. Publicó Éloge de la main (Ed. Arkhê, 2023).

LE FÍGARO. -En este libro explicas cómo la relación que se mantiene con uno mismo, con los demás y con la naturaleza, depende en gran medida del tacto. ¿Cómo llegaste a este análisis?

Jean-Philippe PIERRON. - Llegué a este análisis asumiendo que la situación contemporánea y la crisis ecológica pueden ser pensadas como una crisis de sensibilidad, que estaría marcada por una relación anestesiada con el mundo, una relación con la realidad que es esencialmente visual, reforzada por todos nuestros sensores y pantallas. Vivimos en un mundo siempre distanciado, por nuestros objetos técnicos y nuestros modelos teóricos. Me sorprende esta expresión que escuchamos en todas partes: queremos estar "cerca de la naturaleza". Esta expresión es bastante extraña porque, nos guste o no, ya estamos "en" la naturaleza; Creo que esta expresión revela la sensación de separación de la realidad, de distancia, que el tacto podría compensar.

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Hablas de una crisis ecológica pero también de una crisis social. Para ti, ¿qué efecto ha tenido la pérdida de la sensibilidad en las relaciones sociales?

Hay varias formas de responderla. Estamos saliendo de una pandemia que se ha caracterizado por un control de los cuerpos, y de su encuentro social por el dominio de la mirada y las distancias espaciales o sociales. Una cultura del riesgo que, para protegerse de él, evite los tocamientos potencialmente peligrosos. Podemos ver cómo la diversidad de ocupaciones -y por eso comienzo mi libro con una lista de manos que tocan -las que se dicen manuales y las que se dicen intelectuales- está marcada por el acceso al mundo de cada vez más mediada por nuestros modelos, nuestras hojas de cálculo, nuestras herramientas digitales.

Los alcantarillados antes olían el agua y la veían, hoy la captan, la miden. El modelo de gestión del mundo actual no es táctil, es dominio por la mirada, que es a la vez derecho de la mirada.

¿No está también el tacto amenazado por "la civilización del capullo" y esta tendencia, en las sociedades occidentales, a pasar el tiempo detrás de una pantalla, en ausencia de contacto con la naturaleza y la materia?

Creo que podríamos resonar en sentido contrario al decir que el tacto puede ser una forma de responder a esta amenaza de la sociedad del capullo, porque en la experiencia del tacto, toco y me dejo tocar.

A diferencia del capullo, con el tacto nos exponemos a un “afuera”, nos exponemos al riesgo de la aspereza del mundo. El tacto impone comprometerse con el propio cuerpo en el mundo y todo compromiso es una toma de riesgo, no necesariamente peligrosa, pero en todo caso marcada por la sorpresa, por el descontrol, todo lo contrario del capullo. El tacto es una manera de cuestionar la cultura de la suavidad, de un mundo sin asperezas.

Explicas que la crisis ecológica está profundamente ligada a una “alienación del trabajo” y de la producción. Hablas del “onirismo del trabajo” y de las “poéticas del trabajo” que hay que redescubrir. ¿La creatividad en el trabajo nos reconciliará con la naturaleza?

Estamos ante una situación paradójica. Están surgiendo hoy nuevas formas de querer animar el trabajo que son un incentivo para la innovación en una lógica productivista, que quieren extraer la creatividad como se extraía el carbón. Pero no se debe confundir el onirismo con este frenético incentivo a la innovación: "¡sé creativo, sé ágil!" que escuchamos en ciertos discursos contemporáneos, y dificulta la creatividad de los actores, además de generar sufrimiento en el trabajo.

Al hablar del onirismo del trabajador, reflexiono también sobre las condiciones materiales y sociales que hacen posible este trabajo. Hay una tendencia a oponer soñar despierto y trabajar como si soñar despierto fuera una actividad ineficaz cuando deberíamos preguntarnos cómo se puede restituir a cada uno en su condición de sujeto y en su capacidad de soñar despierto. Hay, pues, una paradoja: por un lado, encontramos formas de organización del trabajo ultraempobrecedoras -al estilo de las personas que trabajan en plataformas telefónicas o para Amazon-, y por otro lado, la exaltación de programas como Top Chef donde Se destacan los oficios discretos: ebanistas, cocineros, etc. Por un lado, nuestro tiempo está marcado por una exaltación de los oficios en los que el tacto tiene un lugar preponderante, porque es cada vez una forma singular de hacer aparecer un mundo. Y, por otra parte, por un empobrecimiento de las profesiones que se reducen al procedimiento, y que pierden sentido.

Resaltas la importancia de volver a un trabajo que tenga contacto con el material, que se acerque más a la artesanía. Incluso mencionas la importancia de la lentitud en este contacto con la materia. ¿Es factible tal reorganización del trabajo en nuestras sociedades contemporáneas? ¿No es eso utópico?

Sí, lo es. Pero, ¿es patológico ser utópico? Hay varias formas de responderte. Esto plantea la cuestión de las diferentes formas de organizar el trabajo: debemos restaurar la capacidad de los actores a través del trabajo (también se podría repensar el debate sobre la edad de jubilación en relación con nuestra discusión). En las profesiones más procedimentales, más estandarizadas, en la industria del automóvil o de la alimentación, siempre hay alguien que ha levantado la mano. Incluso en Nutella había un pastelero, aunque luego se estandarizó y la elaboración de la receta ahora se reduce a un proceso. La cuestión del tacto sigue presente al menos aguas arriba, para el prototipo, pero luego en todas las profesiones, incluso las más procedimentales, hay un arte del tacto, que es minúsculo, encerrado en la preocupación por la higiene-calidad-seguridad del proceso, pero que sigue presente.

Una forma de salvarse en la obra, de mantenerse vivo en la obra, es ser inventivo, pero son formas que no son gloriosas, que son minúsculas, que son formas de consistencia y resistencia de los actores a la obra. Existe un sistema denominado art et entreprise llevado a cabo por el DRAC, que financia la presencia de los artistas en las empresas. En Dijon, por ejemplo, un artista trabajaba en una empresa de válvulas nucleares, es interesante ver cómo recurre a la tecnicidad de quienes trabajan en torres digitales y cómo, a la inversa, la inventiva del artista despierta el lirismo de los trabajadores. Entonces no es tan utópico, son utopías concretas.

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El tacto es una experiencia encarnada, es un contacto que une nuestro cuerpo al mundo. También podríamos desarrollar una ética y una política del tacto, porque el contacto puede apoyar la capacidad de los actores individualmente pero también es una forma de hacer mundo. Esta ética o política del tacto se referiría a la atención que se presta a lo que nos afecta en nuestras relaciones.

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