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En los mataderos de Toulouse, la vibrante posguerra de Giacometti

Enviado especial a Toulouse.

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En los mataderos de Toulouse, la vibrante posguerra de Giacometti

Enviado especial a Toulouse

¿Giacometti, genio habitado, solo hasta la muerte, en su pequeño taller de Montparnasse? El taller de apenas 23 m, situado en el número 46 de la rue Hippolyte-Maindron, es tan legendario que está recreado, casi idénticamente, en el Instituto Giacometti (París, siglo XIV) con más de 70 esculturas: bronces, yesos e incluso sus últimas obras. en barro-, sus muebles y las paredes pintadas por el artista. Incluso su cenicero y sus colillas, como en una subasta de “Memorabilia”. La impresión es tan fuerte dada la sencillez del lugar y la profusión creativa que emerge de él que resulta tentador encerrar a todo Giacometti (1901-1966), como Tutankamón en su bóveda. Este maravilloso taller se recrea a menudo en volúmenes y fotografías en las principales exposiciones de Giacometti, en la Fundación Beyeler de Basilea, en la Tate Modern de Londres o en el Foro Grimaldi de Mónaco. De aquí surge naturalmente la leyenda del lobo solitario.

Y, sin embargo, al regresar de la guerra, que lo mantuvo en Ginebra, el artista suizo, nacido en Borgonovo, en Val Bregaglia, el 10 de octubre de 1901, no era un ermitaño. Trabajador, también está fuera del taller donde realiza su trabajo, lo discute con sus galeristas, lo defiende en entrevistas, la escenografía con un sentido del espacio muy singular en sus exposiciones, como en la Galería Maeght en 1951 ( colgado recreado aquí como “sala de época”) o en la Bienal de Venecia de 1956 y 1962. Lo encarna posando frente a los más grandes fotógrafos que se suceden, fascinados, a la puerta de su estudio.

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Giacometti es un personaje hermoso, rodeado de sus obras como otras tantas criaturas. Desde Cartier-Bresson, que lo retrató bajo la lluvia, rue d'Alésia, en 1961, hasta la joven Sabine Weiss, que pintó su retrato en el estudio en 1954, mientras él pintaba el retrato de Annette; desde Richard Avedon, que capturó al escultor en movimiento, el 6 de marzo de 1958, hasta Graham Keen, que lo fotografió violado y de perfil, como una medalla antigua, frente a un gordito y desconcertado Francis Bacon, en 1965, en la Tate Gallery de Londres. No se fotografía a sí mismo, pero comprende la importancia del medio para documentar, difundir y compartir.

El hombre de melena rebelde, el artista que pinta con chaqueta raída, camisa blanca vagamente planchada y corbata negra torcida, no es ni antisocial ni misántropo. “Frecuenta el París de su tiempo - artistas, escritores, filósofos, personalidades del teatro y fotógrafos -, intercambia con todas las generaciones, desde el fin del surrealismo hasta el existencialismo naciente”, subrayan Émilie Bouvard y Annabelle Ténèze, comisarias de esta exposición a modo de contra- retrato (citas explícitas en los rieles de la imagen).

Este Giacometti de esculturas demacradas, retratos sagrados pintados como en las momias de Fayum, es también un “noctámbulo, acostumbrado a los cafés y a su marginalidad, que expuso en los años 1960 con pintura joven, recibiendo e inspirando a artistas todavía emergentes”. Fue amigo de los artistas y autores de la modernidad de antes de la guerra: André Masson, Meret Oppenheim, Picasso, Derain, Balthus, Breton, Leiris. Se convirtió en el de los escritores existencialistas de un período de posguerra magullado: Sartre, que publicó un sorprendente ensayo sobre él, La búsqueda de lo absoluto, en 1948, Beauvoir, Genet, Isaku Yanaihara. Poetas, como Prévert o Bonnefoy.

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Dramaturgos, como el irlandés Samuel Beckett, para quien este aficionado al teatro imaginó un árbol blanco como único escenario de Esperando a Godot, en el Odéon en 1961 (aquí se reconstituye, con la voz en off, el recitador de este teatro de el absurdo). Pero también artistas de otros mundos, como la danesa Sonja Ferlov, el sudafricano Ernest Mancoba, la portuguesa Maria Helena Vieira da Silva. Cada una de sus amistades encuentra aquí la obra de Giacometti que le corresponde íntimamente. Así, las mujeres, “hieráticas como diosas” de Jean Genet (Femme Debout, 1957, Grande Figure II, 1949, Femme de Venise V, 1956).

Cuando no está trabajando en su estudio o charlando con la gente en los cafés, Giacometti “lee periódicos, revistas, libros de arte, “Série Noire” en los que escribe o dibuja con lápiz Bic o grafito de color azul brillante. Aquí, de la primera sala de los Mataderos, detrás de la famosa Tête sur STEM, 1947, se muestra una pared completa de estos soportes aleatorios, procedentes de las revistas Les Temps Modernes, fundada en 1945 por Sartre y Beauvoir, Critique o la Nouvelle Revue française. Il trace dessus un univers de têtes, de corps, de figures en marche, de portraits de proches, de la mécène fantasque Marie-Laure de Noailles au militant communiste et grand résistant, Rol-Tanguy, de Simone de Beauvoir aux anonymes qui incarnent l 'humanidad. Hace suyo su tiempo, desde las multitudes de sus reuniones hasta sus innumerables lecturas.

“La época de Giacometti, 1946-1966”, hasta el 21 de enero en Mataderos, Musée-Frac Occitanie Toulouse. Catálogo Fundación Gallimard-Les Abattoirs-Giacometti, 220 p., 35 euros.

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