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Treinta años después de su desaparición frente a la costa de Niza, dos buzos encontrados a 100 metros de profundidad

Le Figaro Niza.

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Treinta años después de su desaparición frente a la costa de Niza, dos buzos encontrados a 100 metros de profundidad

Le Figaro Niza

Richard Vial recuerda bien el 4 de diciembre de 1993, día de inauguración de la 33ª edición del Salón Náutico de París. El director del Centro Internacional de Buceo de Niza (CIP) no faltó a esta gran misa para los amantes del mar, por lo que fue desde la capital donde se enteró de la tragedia que acababa de ocurrir frente a la costa de la Bahía de los Ángeles, en el llamado... llamado abandono de los “estadounidenses”. “Un lugar mítico y maldito”, resume. Daniel V. y Christian T., de 38 y 40 años respectivamente, no habían resurgido tras una inmersión invernal en esta zona situada a medio camino entre el Cabo de Niza y el puerto de Villefranche-sur-Mer. Sólo Philippe, un buceador aficionado de 22 años, escapó por poco de la muerte. “El asunto llegó a los titulares, hablamos mucho de ello en el Salón de París”, recuerda Richard. Treinta años después, sus cuerpos fueron descubiertos en el fondo del Mediterráneo, a más de cien metros de profundidad.

El día de la tragedia las condiciones meteorológicas eran óptimas. El mar está en calma y el cielo despejado cuando los tres amigos abordan el Poseidón, el barco que los lleva a las Cataratas Americanas. “Se llamó así porque los estadounidenses comenzaron a construir un hospital en el paseo marítimo durante la Segunda Guerra Mundial y fue bombardeado y destruido por el ejército alemán. Pero desde hace un tiempo pasó a llamarse Gota de Orlamonde”, explica y corrige el director del CIP de Niza. Muy popular entre los buceadores, esta pared de roca submarina comienza a 45 metros y desciende abruptamente hasta una profundidad de aproximadamente 140 metros. “¡Pocas personas caen tan bajo! Aparte de las langostas, bromea Richard. Organizamos principalmente inmersiones a sesenta metros”.

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Esto es sin duda a lo que también aspiraban Daniel, Christian y Philippe cuando se lanzaron al agua aquel sábado de 1993. El grupo se desplazó con facilidad cuarenta metros bajo el nivel del mar, y luego cincuenta. E incluso hasta 72 metros. "Este es el nivel que se mostrará en el monitor de inmersión del superviviente", recuerda Richard. Por tanto, según él, es durante la subida cuando las cosas van mal. Uno de los tres hombres está en dificultades. “Es seguro que fue víctima de una narcosis, que provoca una pérdida parcial y luego total de las funciones intelectuales y motoras”, analiza el profesional. Un síndrome que los profanos conocen mejor, gracias al comandante Jacques Yves Cousteau, bajo el nombre de “borrachera de las profundidades”.

Mientras intentaba ayudar a su amigo, un segundo buzo fue víctima de los mismos problemas. Philippe, el tercero, consigue volver a subir con urgencia, sin respetar las paradas de descompresión. Cuando sale a la superficie, instantáneamente pierde el conocimiento. "Lo recuerdo. Vino a entrenar con nosotros para pasar el nivel 4 de buceo. Pero no lo consiguió por problemas que tuvo a cuarenta metros”, recuerda Richard.

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Atendido rápidamente, el joven fue trasladado a la cámara hiperbárica del hospital Pasteur de Niza. Él lo superará. Al mismo tiempo, los servicios de emergencia se están organizando para acudir en ayuda de los dos detenidos del vehículo de descenso. Cada minuto cuenta. CROSS Med activa un dispositivo. Incluso se moviliza un helicóptero de Seguridad Civil. Después de horas de investigación infructuosa, tuvimos que afrontar los hechos: Daniel y Christian estaban muertos. Sólo el mar los devolverá ahora a sus seres queridos para que puedan despedirse. “La caída no da ningún favor. Desde los años 60, una quincena de buzos han muerto allí y no han sido encontrados”, asegura el jefe del CIP.

Pasan los días, los meses y finalmente los años, sin que los cuerpos emerjan. Una estela en su memoria fue instalada durante un tiempo frente al precipicio, antes de desaparecer a su vez, tragada por el abismo. Poco a poco toda la historia va cayendo en el olvido. En el mundo del buceo, sólo los “veteranos” mantienen algunos retazos de recuerdos más o menos turbios, como Richard. “Sobre todo porque en este sector ha habido accidentes pero no muertes durante todos estos años”, observa.

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Tres décadas más tarde, el caído Orlamonde decidió liberar a los dos desafortunados. A mediados de octubre de 2023, los buceadores técnicos, acostumbrados a superar los límites del buceo recreativo, vieron una silueta en traje de neopreno a una profundidad de 120 metros. Está cubierto por una capa de limo y parece haber estado allí durante mucho tiempo. El grupo no tiene tiempo para demorarse, debe iniciar su ascenso hacia la superficie. “Todo está cronometrado. Debes saber que cada minuto adicional a esta profundidad requiere 15 minutos de alivio adicional. Con el riesgo de sufrir escasez de aire antes de encontrar aire libre”, explica el suboficial Yann Bessac, de la gendarmería marítima de Niza.

La información sobre este misterioso descubrimiento fue transmitida inmediatamente a las autoridades locales. El fiscal es informado y decide organizar registros. Pero la tarea promete ser compleja. Los gendarmes recurren al Centro Experto en Buceo Humano e Intervención Subacuática (CEPHISMER). Este cuerpo de la Armada Nacional cuenta con importantes recursos y en particular con un robot equipado con brazos hidráulicos y cámaras, capaz de realizar misiones de investigación hasta 2.000 metros de profundidad.

Este fue embarcado el 7 de noviembre a bordo del BSAD (buque de apoyo, asistencia y descontaminación) Jason, un imponente remolcador de la flota francesa. “Desde el barco se baja una jaula que contiene el robot. Una vez en la zona que nos interesa, el robot se suelta y se conecta a la jaula mediante una correa de 100 metros”, explica el suboficial. A pesar de las indicaciones bastante precisas de los buzos técnicos, el cuerpo no fue encontrado hasta después de seis horas de prospección. “Vemos aparecer una silueta a una profundidad que no corresponde a la indicada. Lo definen el traje de neopreno, el chaleco estabilizador, la botella y las aletas. Y es gravitando alrededor como descubrimos el segundo cuerpo”, añade el gendarme. Uno fue desenterrado a 103 metros y el otro a 113 metros bajo el nivel del mar.

Ahora debemos manipular con la mayor destreza los dos cuerpos, de los que poco más que huesos quedan bajo el traje. Yann Bessac continúa: “Las repeticiones de movimientos las hacen primero los tres operadores que manipulan el robot desde la superficie. Y cuando un movimiento se considera correcto, comenzamos. Obviamente, al principio nada sale según lo planeado, pero terminamos consiguiendo capturas y los dos buceadores regresan”. Misión cumplida.

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¿Pero son solo Daniel y Christian? Richard Vial lo duda. Al fin y al cabo, ¿no son quince cuerpos perdidos durante décadas vagando por las turbias aguas del mítico descenso? "Los archivos que tenemos no registran ningún accidente mortal en este lugar, aparte del de 1993", desactiva el suboficial Bessac. Y continúa: “Rastreamos a personas de la época para obtener descripciones del equipo. Y eso antes de recuperar los cuerpos. Tenemos una conexión”. Finalmente, se tomaron muestras de ADN de los familiares de los desaparecidos para compararlas. Los familiares “se embargaron de la emoción” al enterarse de la noticia, informa el gendarme. "Se están realizando pruebas de ADN para confirmarlo, pero los primeros elementos recogidos sugieren que estos cadáveres podrían ser los de los buzos desaparecidos en 1993", confirma el fiscal de Niza, Damien Martinelli.

Pero lo más improbable de este dramático asunto es que en los últimos treinta años los buzos no hayan sido transportados más lejos y, sobre todo, a mayor profundidad. Tampoco pueden haber sido disueltos por el tiempo y los elementos. Por la sal que ataca, la fauna que devora y la flora que cubre. “Esto no tiene precedentes en mi carrera”, observa el suboficial. Si los cuerpos se hubieran desplazado unas decenas de metros hacia el sur, habrían descendido mucho más y nunca habrían sido encontrados, es casi obvio. Claramente hay un elemento de suerte en esta historia.

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