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Gaël Nofri: “Más que el riesgo de “revolución”, es el riesgo de colapso lo que nos espera”

Gaël Nofri es historiador, teniente de alcalde de Niza y concejal metropolitano de Niza Costa Azul.

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Gaël Nofri: “Más que el riesgo de “revolución”, es el riesgo de colapso lo que nos espera”

Gaël Nofri es historiador, teniente de alcalde de Niza y concejal metropolitano de Niza Costa Azul.

Las famosas –y apócrifas– palabras del duque de la Rochefoucauld-Liancourt a Luis XVI interrogándolo sobre la naturaleza del movimiento que acababa de conducir a la toma de la Bastilla, ilustran perfectamente una forma de jerarquización de la contestación que puebla la imaginación. Francés. La revolución sería una “revuelta más” o una “revuelta general”. Sin embargo, más allá de la intensidad, hay una diferencia de naturaleza entre revuelta y revolución: la primera surge de la impugnación de una elección política, pretende oponerse a las disposiciones gubernamentales, a una política determinada; la segunda, que puede surgir de una revuelta inicial, apunta por su parte a un cuestionamiento general de las instituciones, de sus fundamentos, del pacto mismo que legitima a los poderes públicos.

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Es esta postura la que a algunos les gustaría adoptar. Los Insoumis, los Mélenchonists u otros extremistas de izquierda, se han ganado la idea de "todo lo conflictivo", desde la "bordélización" en la Asamblea hasta la insurrección en la calle, sueñan con transformar cada debate político en una crisis del régimen. : de la impugnación de la reforma jubilatoria a la VI República, quisieran tender un puente a zancadas largas. Si el escalón sigue siendo alto, admitamos que no es del todo seguro que el contexto no ayude.

Porque en una inspección más cercana, la crisis es de hecho más grave, más profunda, más segura de lo que parece. Más que el riesgo de revolución”, es el riesgo de colapso lo que nos espera. El derrumbe no sólo de una institución política, sino aún más fuertemente de un colectivo, de una sociedad, de una Nación. Cuando cada vez menos cosas experimentadas parecen unir a los ciudadanos; cuando la aceptabilidad de cualquier coacción colectiva sobre el individuo se considere sistemáticamente ilegítima; tan pronto como el individualismo celoso, y su primo cojo, el comunitarismo victimizado, se conviertan en la religión del estado; ninguna sociedad puede soportar.

La mejor de las democracias presupone que la minoría acepta la elección de la mayoría, la acepta y se apega a ella. La República implica que las instituciones regulares, titulares de legitimidad, sean respetadas por todos, aunque el contexto no nos haga simpatizantes en ese momento. Si todos pretenden sustituir los derechos y la democracia, es decir, la eficacia de las elecciones mayoritarias, en nombre de la urgencia sentida personalmente - climática, económica, social u otra - ¿qué queda?

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El reino de los derechos no puede existir sin el de los deberes. Por lo tanto, el debate actual es menos sobre la organización del estado que sobre su existencia misma. Menos sobre tal o cual medida o proceso que sobre la legitimidad y pertinencia de los principios de deberes, reglas, obstáculos a la libertad individual, de “respublica”. Aquí descubrimos el Estado omnipotente, el Estado ventripotente, el Estado omnipresente es a la vez un Estado raquítico, endeble y enfermizo. Aquel de quien esperamos todo ya quien finalmente le reconocemos el derecho a nada.

En Sainte-Soline, queremos poder "romper al policía y quemar su vehículo", pero protestamos porque los médicos y los servicios de emergencia tardan en evolucionar con total seguridad en esta zona guerrillera provocada. En París se considera natural quemar infraestructuras públicas o lanzar proyectiles a la policía, pero afirmamos la exigencia de cero intervención, cero represión, cero pifias.

En el día a día, es la lista a la Prévert, ayudas, pensiones, subsidios, pensiones, enfermedades, servicios públicos: pero exigimos que se haga sin impuestos -que acaban pesando sobre una base de población cada vez más restringida, sin constricción y sobre todo sin deber

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Peor aún, en el debate público, en los periódicos, entre muchos representantes electos de asociaciones subvencionadas o pensadores autorizados, este cuestionamiento ha tomado el aspecto de una retórica bien engrasada. Signo de los tiempos, multiplicamos las "autoridades independientes", pero ¿independientes de quién si no del poder público? Una retórica que funciona como halaga egos, exacerba individualidades y se adapta al moderno culto a la inmediatez.

Recordemos en conclusión que ninguna civilización murió por una revuelta, todas se recuperaron de las revoluciones por las que pasaron, pero ninguna sobrevivió a la desaparición del civismo, del desinterés colectivo, de la aniquilación del Estado y del civismo.

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