LE FÍGARO. - ¿Por qué todavía nos conmueve tanto el recuerdo del Desembarco, casi ochenta años después?
François Rouquet. - Hay varias explicaciones. Primero una fascinación por la guerra. Especialmente la Segunda Guerra Mundial. Lo veo con mis alumnos. Luego, la proliferación de pequeños museos en las costas de Normandía permite mantener una historia dolorosa, pero también, para ser honestos, intereses económicos. Por último, existe todo un folclore, a menudo festivo, en torno a recreaciones con uniformes de época donde la gente reescribe una historia popular. Desde un punto de vista antropológico diría que es también una forma de sustitución simbólica del servicio militar…
Precisamente, esta multiplicación de museos y eventos, ¿no desdibuja su labor como historiador?
Es verdad. Hay una cincuentena de museos relacionados con el desembarco del Día D en las regiones de Manche y Calvados. Lo cierto es que muchos son más un gabinete de curiosidades, sin enfoque científico, que un lugar diseñado con un recorrido educativo. Por un lado hay pequeñas estructuras, una especie de excedente americano, que los coleccionistas llevan con orgullo. Por otro, museos más tradicionales como el Mémorial de Caen, que tiene una verdadera inquietud científica, financia becas para estudiantes, y cuyos cursos corresponden a la evolución historiográfica de la Segunda Guerra Mundial. Es decir que los objetos se colocan en su contexto.
Con la desaparición de los últimos veteranos, ¿teme que disminuya el turismo conmemorativo, que atrae a 5 millones de visitantes cada año a Normandía?
El turismo conmemorativo no está destinado a declinar. La fascinación por este conflicto sigue siendo fuerte. En la historia contemporánea tenemos la oportunidad de medir la importancia del testimonio vivo. ¡Pero su progresiva desaparición a veces los transforma en iconos, con una palabra considerada más verdadera que la de los historiadores! Esto demuestra que la emoción ahora es más fuerte que el análisis crítico. En el cine, esto se traduce en la película Salvar al soldado Ryan. Para concluir, diría que, desde hace unos treinta años, ha habido una santificación de la historia. Un espectáculo de memoria.
