El gobierno húngaro pidió el miércoles 29 de marzo a Suecia que “cambie de tono” y ponga fin a su política de “denigración” con respecto a Budapest, requisitos previos según él para cualquier votación sobre la adhesión de Estocolmo a la OTAN. "Hay muchos agravios por resolver antes de que podamos ratificar" la entrada del país nórdico en la alianza atlántica, escribió el miércoles el portavoz Zoltan Kovacs en su sitio web oficial.
Denuncia "una actitud abiertamente hostil" de los representantes suecos, acusados de criticar periódicamente las violaciones del Estado de derecho del primer ministro nacionalista Viktor Orban y "de utilizar su influencia política" en Bruselas "para perjudicar los intereses húngaros". El Parlamento fue el último en la Unión Europea (UE) en aprobar la membresía de Finlandia el lunes después de meses de postergación.
Pero aún no se ha fijado una fecha para el caso sueco y el primer ministro Ulf Kristersson pidió una explicación la semana pasada. "Consideramos necesario aclarar los malentendidos con Suecia antes de que podamos proceder" a la votación, dijo Zoltan Kovacs. Una tarea complicada, añade, ya que “las relaciones bilaterales se han degradado durante años”. Con este fin, una delegación de Fidesz, el partido gobernante, visitó Suecia a principios de marzo. “Parece que al gobierno sueco simplemente no le importa”, dice el funcionario húngaro.
Si a esto le sumamos las objeciones de Turquía, que acusa a Suecia de ser refugio de militantes kurdos acusados de “terroristas” y de negar extradiciones, “el margen de maniobra es estrecho, a menos que los suecos cambien de tono y ayuden a sanar viejas heridas”, continúa. Solo Ankara y Budapest aún tienen que ratificar la adhesión de Suecia, históricamente no alineada. Los otros 28 miembros de la OTAN (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, etc.) ya lo han hecho.
Viktor Orban dijo que en principio estaba a favor, pero cultivó lazos con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y el jefe de Estado ruso, Vladimir Putin. Por parte sueca, también existe el temor de que Hungría utilice la pertenencia a la Alianza Atlántica como moneda de cambio en su batalla con la UE. Bruselas congela actualmente miles de millones de euros en fondos destinados a Budapest, a la espera de reformas para luchar mejor contra la corrupción.
